SUCESIONES VEGETALES.

 El conjunto de vegetales que se encuentran normalmente en un determinado paraje forman un agrupamiento, una comunidad, que cuando mantiene relaciones estrechas de continuidad se conoce con el nombre de asociación. Son, sobre todo, las condiciones climático-edáficas las que determinan el grupo de plantas que pueden resistir o están adaptadas a ese lugar y que deben poder vivir, además, unas en compañía de las otras.

Estas asociaciones pueden estar en equilibrio con el medio, o ser sólo un eslabón en una serie que conduce a la asociación estable u óptima. Esta estabilidad en el ambiente considerado se conoce con el nombre de clímax. En el clímax, aunque existe competencia, ésta se halla equilibrada y no destruye la normal composición de la asociación.

El conjunto de seres que se encuentran en un determinado ambiente, relacionados entre sí por exigencias ecológicas, forma una biocenosis, y el medio ambiente en que ésta se desarrolla constituye un biotopo. La biocenosis, con sus posibles asociaciones subordinadas y las características ambientales del biotopo, están englobadas en lo que se denomina ecosistema.

Detallando más en la asociación, encontramos las sinusias, que podríamos considerar como las capas que constituyen las asociaciones a modo de estratos. Son típicas a este respecto las asociaciones de bosques tropicales, donde aparece la asociación fundamental, el bosque perennifolio, pero en la parte inferior encontramos un estrato de plantas de costumbres umbrófilas, adaptadas a vivir en condiciones de poca luz y mucha humedad y, en la parte alta, encontramos plantas que necesitan disponer de abundante luz: las lianas trepadoras y las epífitas.

Al contemplar las zonas pobladas por vegetales sacamos la conclusión de que la existencia de superficies ocupadas por las asociaciones climácicas (en fase de clímax) son pocas y, en general, poco uniformes. De esta manera, lo que en realidad encontramos en la panorámica de la vida vegetal es una u otra de las etapas de una serie de agrupamientos, que se irán sucediendo unas a otras hasta dar lugar a la que se considera óptima, dadas las circunstancias climatológicas y edáficas que rigen en la región.

Desde el punto de vista del estudio ecológico vegetal, interesa, pues, la visión dinámica de las comunidades desde su inicio hasta alcanzar el clímax, la máxima estabilidad. La evolución no se produce de forma anárquica, sino ordenada, dando lugar a las denominadas sucesiones. Es decir, las diferentes comunidades evolucionan ordenadamente como resultado de una competencia que se establece constantemente entre los distintos componentes y los que intentan suplantarlos, mejor adaptados a las condiciones generales del ambiente. Cuando se llega al final de esta serie o sucesión, en el clímax, no deja de existir la competencia entre los diferentes constituyentes de la asociación, pero en tal caso esta lucha se halla equilibrada, y la lucha con posibles especies invasoras, siempre existentes, tiene signo negativo para estas últimas.

La seriación puede llamarse primaria cuando se inicia en suelos nuevos, y secundaria cuando se asienta o inicia en lugares ya previamente ocupados; así, el ataque de las rocas por líquenes iniciando una de esas series dará lugar a una evolución primaria, mientras que la invasión de una tierra quemada, que obligue a reiniciar la serie, daría lugar a una evolución secundaria.

El tiempo que se invierte entre el momento en que se implantan los primeros pobladores vegetales y aquel en que se alcanza la etapa clímax es variable, de tal forma que en la actualidad, en ciertas regiones de tipo glacial, después de los miles de años transcurridos, todavía estamos en el principio de la serie en la etapa de los líquenes, mientras que en otros casos unos pocos centenares de años son suficientes para alcanzar clímax de tipo arbóreo. El clima, que en gran parte es el ordenador de la seriación de comunidades vegetales, es también el que en buena parte determina la mayor o menor lentitud en que se intercambian estas asociaciones.

Entre las causas que dan origen a nuevas evoluciones están: las grandes catástrofes naturales, como las erupciones volcánicas, los cambios de clima que se producen con el tiempo, la aparición o desaparición de tierras a causa de variaciones en el nivel del mar; la acción del hombre, de los animales o de las plagas vegetales. Las actividades del hombre son la causa de la desaparición de grandes masas de bosque. Esa desaparición, motivada por la codicia de la madera, o simplemente para promover el pastoreo, da como resultado un cambio en las condiciones de clima y modifica las características del suelo, al no protegerlo contra la erosión, como lo hacían los árboles desaparecidos.

En ciertas regiones mediterráneas, la desaparición del bosque conduce rápidamente a una asociación abierta que facilita el paso a la fase de arbustos. La desaparición de los árboles, por ejemplo de los pinares y encinares de la Península Ibérica, da como resultado la aparición de una serie con gramíneas, y seguidamente una fase arbustiva en las que dominan los Cistus y Rosmarinus.

En la fase arbustiva las condiciones del suelo han tendido ya a homogeneizarse, con lo que se facilita el paso a la fase siguiente, constituida por el bosque. La implantación del bosque se hace según sean las condiciones ambientales de suelo y drenaje.

Por otra parte, en el bosque es preciso distinguir niveles en el poblamiento. En la mayoría de los casos existe un estrato herbáceo generalmente resultado de la acción del hombre por quema del sotobosque arbustivo, que es el que domina. En los bosques mediterráneos son frecuentes las especies citadas anteriormente, Cistus y Rosmarinus entre otras. Por el contrario, en los climas continentales, el estrato bajo lo constituyen helechos y, en otros casos, Erica o brezos. Por este camino hemos llegado al clímax final, en la que dominan los árboles.

Estas asociaciones de tipo clímax son muy variadas y pueden asimismo tener dentro de ellas pequeñas microasociaciones o enclaves en puntos en los que, por las especiales condiciones del suelo o del ambiente, orientación, etc., es posible la existencia de un microclima fruto asimismo de una microsucesión. Estos elementos son importantes no sólo para conocer la exacta tipología de la zona, sino porque contribuyen a dar variedad y mantener la señal de formas diferenciales entre diferentes clímax.

Una vez alcanzado un tipo de asociación clímax, aunque continúe la competencia, la comunidad vegetal permanece equilibrada interna y externamente. Sólo un agente de tipo catastrófico u otro cualquiera de los anteriormente comentados (por ejemplo las actividades humanas), son capaces de alterar esta situación y dar lugar a la aparición de una nueva sucesión.

Formación del suelo.

Cuando una zona ha quedado virgen, después de alguno de los fenómenos anteriormente mencionados, se inicia lo que podríamos llamar fase constructiva, a cargo, de los agentes de tipo físico y de tipo biológico formadores de suelo.

La colonización de las superficies rocosas desnudas está iniciada por los líquenes. Se introducen entre las fisuras de las rocas donde segregan sustancias químicas que las corroen. La diferente coloración del liquen y la roca hace que ésta se caliente de forma distinta y que tienda a fracturarse por esa zona. Las continuas hidrataciones y secados del liquen incrementan las tensiones que acaban rompiendo la piedra. Así, los líquenes producen un pequeño pero continuado ataque a la superficie rocosa, que, junto con la materia orgánica que se va formando por putrefacción de los líquenes que mueren, suministra una primera finísima capa de humus que, especialmente en las pequeñas rendijas, permite que se asienten las siguientes comunidades de colonizadores; en general, éstas son los musgos, que, formando densas almohadillas, primero aisladas y luego más compactas, aumentan la capa de suelo y suministran más humedad para permitir en mejores condiciones el desarrollo de la vida vegetal.

No hay que olvidar que, juntamente y a su amparo, se inicia la implantación de comunidades animales que contribuyen a la formación del suelo y a la transmisión de los elementos reproductores vegetales. Las bacterias que se encuentran en los ambientes húmedos de la fase constructiva iniciada por los líquenes, facilitan la descomposición y enriquecimiento del suelo incipiente, que así puede albergar plantas de raíces.

Cuando el suelo ha llegado a este estado, se implanta sobre el mismo la fase en la que domina el estadio herboso de distintas clases: crucíferas, gramíneas, compuestas, etc. En esta fase del ciclo evolutivo son realmente notables las comunidades animales que se implantan entre esta vida vegetal, especialmente insectos, reptiles, anfibios y vertebrados. Estas plantas, con sus raíces, no solamente contribuyen a formar nuevos elementos del suelo, sino que mecánicamente, por la acción penetrante de las raíces, agrandan las grietas de las rocas y amplían el campo de acción del resto de los elementos, haciendo más rápida la transformación del suelo.

La acción del hombre.

En las regiones trabajadas por el hombre es frecuente que no sea posible alcanzar un estado de clímax vegetal, y entonces, aunque la comunidad existente se mantiene, en apariencia, equilibrada, lo es por la continuada presencia de una fuerza ajena a ella, como es la acción humana, por ejemplo, a través de la agricultura. En tales casos, estas asociaciones que no han llegado al estado de clímax se conocen con el nombre de subclímax. Son frecuentes especialmente en las zonas cultivadas y en las que bordean a las mismas, donde la acción de los cultivos mantiene estacionaria una situación en realidad evolutiva.

La realización de prácticas agrícolas contribuye además a la erosión de los terrenos. La repoblación masiva de especies de crecimiento rápido en base al interés económico que ello representa, como son los eucaliptos, contribuyen a la decadencia de los suelos por su corto arraigo y mínimo aporte, ya que el tiempo es parte fundamental para su formación, además de ser especies de fácil combustión. Todo ello en detrimento de las especies de frondosas de hoja perenne o caduca, buenas formadoras de suelos.

Por su parte, las prácticas agrícolas y ganaderas incorrectas, como la sustitución de abonos naturales por los químicos que provocan la mineralización y compactación de los suelos, la quema de rastrojos, el abandono de los cultivos de ladera que permitían la sujeción de las tierras, la pérdida de pastos por excesivo pastoreo o el abandono de las ganaderías extensivas que favorecían su conservación, son elementos añadidos a la deforestación y destrucción de la cubierta vegetal.

En las zonas próximas a las poblaciones se desarrolla una vegetación formada por plantas de ciclos cortos ya que la acción humana y la de sus ganados suponen una agresión continua que impide la existencia de especies que requieren suelos más evolucionados y que necesitan períodos largos para regenerarse. Pero, a medida que nos alejamos de la civilización, encontramos cada vez coberturas vegetales más desarrolladas. Pasamos así de los campos de cultivo, en los que los lindes son los únicos lugares con plantas silvestres, a pastizales, a matorrales de plantas espinosas y, por último, a los bosques. En nuestro caso, la especie arbórea que predomina es la encina. Estos bosques son la representación de las comunidades vegetales que antaño cubrían prácticamente todo el territorio.

Las plantas que prosperan mejor en los terrenos que el hombre ha deforestado son las pioneras o colonizadoras y se caracterizan por su fácil regeneración y por ser poco exigentes en cuanto a sus necesidades de agua, nutrientes o sombra. Si a esas comunidades menos evolucionadas (garrigas, matorrales, praderas y pastizales) se les diera un tiempo prudencial para llegar a un equilibrio estable, tendería a reconstruirse nuevamente el bosque.

Los incendios.

Tras los incendios, el bosque queda convertido en un laberinto de palos carbonizados pero suelen quedar plantas dispersas que no han ardido y, sobre todo, raíces y bulbos en la parte subterránea que no han sido dañados por lo que estos fragmentos que restan de la comunidad vegetal iniciarán la reconstrucción del bosque. El proceso es lento porque la falta de vegetación hace además que la erosión por el agua que corre tras las lluvias sea mayor y se pierda fertilidad en el terreno. Es curioso atender a las señales que han quedado en los árboles y dan información sobre el incendio; por ejemplo, el lado chamuscado de los troncos indicará de donde venían las llamas. Y también a las estrategias que presentan las plantas para la regeneración: piñas a las que el fuego hace disparar los piñones, semillas durmientes que el calor aviva o plantas de sol que la sombra del bosque tenía arrinconadas y encuentran ahora su oportunidad.

 

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